Reescribiendo la Historia: «Stonewall» de Ronald Emmerich

Stonewall

Estrenada en EEUU el pasado mes de septiembre, el director de películas de contenido yanqui rancio como Independence Day o El patriota (además de Godzilla, El día de mañana o Stargate, entre otras), Roland Emmerich, ha escrito y dirigido esta pieza que malversa a las necesidades del guión y a los postulados ideológicos actuales una cantidad enorme de aspectos que tuvieron lugar en torno a la revuelta de Stonewall, origen de la actual estela militante disidente sexual y de género.

En primer lugar, Emmerich se ha fijado descaradamente en Stonewall de Nigel Finch, estrenada en 1995. En ésta se narra la existencia de varios personajes que cohabitan en la zona de Greenwich Village (barrio del bar de marras): un gay blanco huido de su familia, una trans de origen latino, sus amigas trans, una trans afrodescendiente liada con un empresario de bares gays, la sección local de la Sociedad Mattachine (grupo archi-reformista pro derechos gays y lesbianos, operativo desde los años cincuenta) que organiza marchas y distribuye panfletos por la zona, las tensiones entre todos ellos y entorno al bar Stonewall Inn. Basado, al fin y al cabo, en el principal y mejor libro en tratar la revuelta: Stonewall, de Martin Duberman, que recopila los testimonios de seis activistas partícipes en la misma.

Emmerich, como gay blanco adinerado y ávido de beneficios, ha elegido el sector que mejor paga las películas para hacerlo protagonista de la revuelta: el gay blanco. Al contrario que en la versión de Finch, en la que el joven gay no habla de su vida, en la de Emmerich nos enteramos de que es de una ostentosa familia del agro de Indiana, y es expulsado de casa por ser sorprendido con el mejor amigo de su vida. El actor que lo interpreta, Jeremy Irvine, es tremendamente guapo, tiene un cuerpo canónico, y tiene comportamientos muy machos (se enfrenta a los malos – (algunos) policías y mafiosos -, es monógamo, es fuerte, toma la iniciativa, ataca…), con los que el público hetero puede identificarse, lo cual afirmó el propio director en una entrevista, en la que también remarcó no haber ««hecho esta película solo para el colectivo gay, también para el público heterosexual».

El público gay blanco muy macho también y muy cis también puede estar contento. El prota, Danny, tiene un inquietante gusto por los tíos buenorros con pasta, como demuestra su relación con un adinerado militante de la Mattachine. En la versión de Finch, el joven gay blanco también se lía con un miembro de ésta, pero también se siente atraído por la travesti de origen latino que lo acoge en su casa, teniendo finalmente relaciones. En Stonewall de Emmerich, la pobre travesti (que se llama «Ray», como Sylvia Ray Rivera, activista trans y co-fundadora del grupo S.T.A.R.) se enamora de su porte ario y juvenil, pero no es correspondida. Al fin y al cabo es una locaza, a los verdaderos gays sólo les ponen los machos congruentes con su género asignado del todo.

stonewall

Podríamos ir dilapidando muchos más aspectos ideológicos uno a uno, pero preferimos pasar al aspecto histórico-político. El guión de Emmerich da que pensar al público de que la revuelta de Stonewall se inicia porque la policía hace una redada en un bar gay en búsqueda de un chulo asesino. Para ocupar su lugar han elegido a Ed Murphy, un personaje un tanto oscuro de la época, relacionado con el proxenetismo y la mafia (que era gestora de buena parte de la vida gay del momento, lo que implicaba que todo el mundo tenía relación de una forma u otra con ella). Los motivantes homófobos, tránsfobos, lésbofos, clasistas y racistas que motivaban a la policía a hacer dichas redadas, amparados por la ley, quedan a un lado en la película. Y Seymour Pine, fundador de una Brigada dentro de la policía metropolitana de NY para sacar a la «chusma» de putas, chaperas, mariconas, bolleras y radicales de izquierda que moraba por el Greenwich Village, aparece con un eficiente funcionario policial majo con la peña no hetero, que busca capturar a Murphy, al que encaloman en la peli un asesinato y el intento de otro.

Ed Murphy no estuvo en la revuelta de Stonewall. Siempre estaba demasiado ocupado con sus trapis. Más tarde, tras la revuelta, cambió el chip, convirtiéndose en gestor de los nuevos bares gays más legales, y siendo mecenas de diversas manifestaciones del orgullo (llevándose, claro está su parte). Un tipo muy turbio sin duda, pero no un matón de tras al cuarto asesina-chaperos y el detonante de los disturbios de Stonewall, sin duda. Aquí aparece una crítica la película en base a la malversada figura de este individuo. Y, por supuesto, no salió esposado del bar el día de la revuelta junto a Marsha P. Johnson, trans afrodesdenciente y una fundadora junto a Sylvia Rivera del grupo STAR, del que reciente se ha editado un libro en castellano. Sylvia sí estaba dentro del bar; Marsha llegó cuando la revuelta ya estaba empezada. Pero en el guión quedaba mejor todo esto.

Los disturbios empiezan en la película cuando Danny, afectado porque su ligue adinerado pacifista de la Mattachine le ha puesto los tochos con otro jovencito, tira un ladrillo contra el bar y rompe un cristal, desafiando así a su ex-novio. Entonces toda la peña, que estaba a la espera de que un tío tan sexy y blanco hiciera algo, empieza a destrozar el bar y la calle. Es decir: la revuelta empezó por un conflicto monógamo. Y la empezó un gay blanco de clase media, sector que estuvo en minoría durante los disturbios ante la inmensa cantidad de travestis no blancas, chaperas ratas de ciudad y bolleras butch pobres que no tenían nada que perder y lo dieron todo contra la bofia. Durante años ha circulado el mito de quién tiró la primera piedra (se llegó a decir que había sido Sylvia Rivera con un tacón, lo cual ella negó). Emmerich pone punto final cinematográfico a la duda: fue un gay blanco de vida desahogada, como él. Miembro de ese grupo que en los años posteriores se benefició del esfuerzo de trans, bolleras y personas no blancas, grupo que pudo permitirse pagar altos alquileres y servir de elemento gentrificador en los barrios en los que malvivían sus antiguas compas, que concluyó con su expulsión. Greenwich Village es un ejemplo de esto, pero en Madrid tenemos alguno más cercano, como Chueca. Los gays blancos de clase media participaron en la revuelta, al igual que mucha gente heterosexual, pero el elemento antisistema principal fue esa gente pobrísima y sobre todo no blanca, muchas de ellas prostitutas, chaperas o lesbianas butch, que no tenían tanto miedo a perder lo poco que tenían como ese sector gay blanco que con los años demostró quién mandaba aquí.

En definitiva, una mierda de película. Entretenida sin duda, pero nefasta a nivel político, ideológico e historiográfico. Una nueva vuelta de tuerca para los yanquis que quieren mostrar al mundo que su país mola más que nadie en materia de derechos LGTB, frente a los homófobos musulmanes y los restrictivos rusos, nuevos enemigos del Imperio a quienes también se combate instrumentalizando aquello que sus antepasados combatieron con la misma saña que los gobernantes de Arabia o la antigua URSS. Si queréis saber algo mejor sobre la revuelta, miraos la peli de Finch, o el documental Stonewall Uprising («La Rebelión de Stonewall» en castellano) de Kate Davis, David Heilbroner, de 2010, o el libro Stonewall de Duberman, que esperemos que aparezca pronto en castellano. Esperemos que tarde en llegar más a nuestros cines que La Chica Danesa, que ya ha tenido su papel en recuperacionismo de lo trans. Una pena, porque con lo que ha sido el cine invertido… y ahora está de capa caída.

Emmerich

«Como director, tienes que poner de ti mismo en tus películas, y yo soy blanco y gay». Emmerich dixit.

 

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