«Anarquía» es un término caduco y demasiado limitado para unos, y «Queer» es demasiado académico y ha pasado de moda para otras. Y no les falta razón. Pero si se reivindican desde este boletín como conceptos que lo definen, es porque todavía hay quien piensa que tienen una utilidad.
«Anarquía» es literalmente la ausencia del principio de autoridad, la mejor forma de definir el modelo de sociedad que deseamos. Un mundo en que nadie imponga su criterio al resto, ni ideológico, ni económico, ni político, ni educacional, ni sanitario, ni mental, ni relacional, ni alimenticio, ni claramente sexual. Y en el que nadie se crea capaz de discriminar, segregar, prejuzgar, «tolerar» o matar a ningún otro ser vivo por su procedencia, raza, clase, especie, género, sexo o edad , ni en el que tampoco se conciba el medio ambiente como un recurso a merced de la explotación humana. Este sentir lo engloba perfectamente la palabra «anarquía», pero en la práctica, no es todo tan sencillo.
«Queer» es un préstamo inglés (y a su vez de alemán) que expresa negativamente todo aquello que sale de la norma heterosexual y cis-género. Grupos de radicales no heteros de los años ochenta y noventa se lo repropiaron frente al reformismo y atemperamiento de los grupos LGTB oficiales de EEUU, pero también lo absorbieron florecientes filósofas del género que, sin querer o queriendo, lo convirtieron en una etiqueta universitaria más con la que nombrar másters, pintar de progre al Leviatán educativo estatal, y ganar unos cuantos miles de dólares. Sin embargo, lo queer sigue vigente en la memoria de muchas personas en su primera acepción, gracias al trabajo de los colectivos queers de la última década y media, y pese a su origen anglosajón, sigue siendo la palabra que mejor expresa los sentires sexuales de las personas no heterosexuales que no se sienten cómodas en las predefinidísimas etiquetas «Lesbiana», «Gay», «Transexual» y «Bisexual», que no votan, no besan agradecidas el anillo dorado del capital ni se doblegan ante las órdenes de un uniformado sin como mínimo rechistar.
Por lo tanto, llamaremos «anarco-queer» a este boletín aportando estos matices que aquí dejamos. No somos periodistas profesionales, ni buscamos rédito económico o político con esto, ni nos gustan las etiquetas, pero hacemos lo que podemos con las herramientas que tenemos a mano. Y estos dos términos tan disputados son una herramienta a la que por ahora no vamos a renunciar muy fácilmente.